Niños
Desde la aparición de los daguerrotipos en 1839 se pudo fijar en un soporte perdurable una imagen real de las personas merced al invento de la fotografía. Pero esto era, por entonces, un lujo al alcance de los más pudientes, al igual que había ocurrido en fechas anteriores con los retratos pictóricos.
Mejoras técnicas, y especialmente la extensión de las cartas de visita, posibilitaron el abaratamiento de esas imágenes, por lo que al aumentar la demanda se abrieron galerías fotográficas en localidades de cierta importancia, mientras que las de menos población se servían de fotógrafos ambulantes que las visitaban aprovechando la celebración de fiestas y otros acontecimientos.
Los primeros retratos de estudio, realizados en papel de albúmina sobre tarjeta y de pequeño formato (en torno a 64 x 100 mm), alcanzaron un notable éxito desde principios de la década de 1860. Se podían llevar en las carteras, como todavía hacemos ahora. En esa época predominan los de mujeres jóvenes, requeridos por novios o maridos. Pero también los hay de hombres, de parejas de recién casados, de niños, de grupos familiares…, siempre relacionados con personas de un cierto nivel económico.
Los fotógrafos, en sus galerías, realizaban fotos con condiciones controladas de luz y en un entorno con una decoración propia. En sus establecimientos esperaban la visita de los que precisaban de sus servicios. No vivían de hacer fotos de los edificios de la ciudad y de sus calles. Sus ingresos dependían primordialmente de los ciudadanos y visitantes. Es decir, de los retratos que realizaban cada día en sus estudios. Así ocurrió con nuestros pioneros Alfonso Begue y Casiano Alguacil y con los que les sucedieron posteriormente en esta actividad hasta prácticamente nuestros días. Pero hoy fotógrafos somos todos. Ya no necesitamos a estos especialistas para nuestros retratos salvo en circunstancias muy especiales por requerir calidad y tratamiento digital (enlaces nupciales, orlas universitarias, books personales…)
Los retratos realizados durante esa segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX suelen recoger elementos impresos, en el anverso o reverso de la tarjeta, que identifican al autor de la imagen. Esta información es esencial para conocer quién fue el fotógrafo. A veces, también, hay un breve texto manuscrito, como una dedicatoria, que puede ofrecernos el nombre del retratado. Pero eso no es lo habitual. Esas personas son ahora anónimas en su casi totalidad, pues sus retratos han perdido el contexto familiar del que formaban parte, especialmente si han sido adquiridas en librerías o portales web de compraventa, y no forman parte de un fondo privado donado o depositado en el Archivo. Cuando vivieron eran madres, parejas, niños, dependientes, militares… conocidos por sus vecinos. Toledo era la ciudad en la que estudiaban, trabajaban, se divertían… vivían. Hoy de ellos nos quedan sus retratos anónimos, la mayoría sin datar, de los que se desprendieron sus descendientes lejanos.
La muestra que ofrecemos a continuación, formada por 186 fotografías, procede íntegramente de la Colección de Luis Alba, de propiedad municipal, y recoge casi exclusivamente retratos realizados por los hermanos Emiliano y Pedro Lucas Fraile, y por el hijo de este último Daniel Lucas Garijo. Abarcan un periodo muy amplio, de casi de ochenta años (1888-1964), distribuidos en diez grupos temáticos. Junto con ellas hemos reproducido algunos reversos característicos y las cubiertas de un folleto publicitario de esa casa fotográfica.
Para conocer la vida y obra de esta familia toledana de fotógrafos, que durante muchos años mantuvo un estudio abierto en la plaza de Zocodover, remitimos al artículo que Rafael del Cerro Malagón ha publicado en el ABC Toledo y que incluimos en esta entrada.
Mariano García Ruipérez
Archivero Municipal de Toledo