El sábado 12 de junio de 1858, pasadas las seis de una tormentosa tarde, se oyeron los silbidos del primer tren que llegaba al toledano paseo de la Rosa desde Aranjuez. En aquel convoy viajaban Isabel II rodeada de la Corte, ministros del Gobierno y el financiero José de Salamanca, propietario del ramal de 27 km que nacía en Castillejo para permitir el enlace con Madrid – ¡tan solo! – en tres horas de viaje.
El ferrocarril agilizó las relaciones comerciales y el creciente arribo de lejanos viajeros y visitas de Estado ávidas de conocer la histórica ciudad y la obra del Greco rescatada del olvido. Todos llegaban a una pequeña estación (40 x 10 m), “indecorosa e impropia de una capital de provincia” como recogía la prensa local. En 1903 la MZA -siglas de la compañía que administraba el ferrocarril-, estudiaba ya la reforma por otra más digna y de mayor tamaño al tiempo que la Sociedad Defensora de los Intereses de Toledo, entidad que reunía a relevantes “patricios” locales, buscaba apoyos entre las esferas de la política nacional y personas próximas a Alfonso XIII.
Aquellas gestiones explican que ya, en 1910, los peritos ferroviarios comenzasen a medir los terrenos precisos para albergar una nueva estación cuyos límites llegarían ahora ante la fuente de Cabrahigos. En 1911, la MZA aprobaba el proyecto elaborado por el ingeniero y directivo de la empresa, Ramón Peironcely Elósegui (1862-1926), confiándose las trazas de la futura terminal a un arquitecto de la casa: Narciso Clavería Palacios, conde de Manila, (1869-1935), técnico que también trabajaría en las reformas de las estaciones de Algodor (1920) y Aranjuez (1922).
El primer edificio fue el pabellón de retretes (1912), situado en el costado derecho de la vieja estación, dejando entremedias un amplio solar (90 x 17 metros) para albergar la futura terminal, cuyas obras comenzaron en marzo de 1913 y que durarían –nada menos- que seis años, siendo dirigidas por un reputado ingeniero francés, Edouard Hourdillé. Señalemos que, mientras se ejecutaba todo el proyecto, el servicio de trenes continuó sin interrupción alguna por el primitivo andén y su apeadero.
Para la obra, Narciso Clavería dijo haberse inspirado en el convento de Santa Isabel, cuyos muros exteriores muestran arcos de herradura apuntados y polilobulados que aplicaría con distintos tamaños en la estación y demás pabellones (los evacuatorios, el almacén de pescado y un transformador), además de gratos juegos de ladrillos, cerámica vidriada y una cuidada cantería artística. Lo más singular sería una singular torre mudéjar (30 m), algo inusual en este tipo de edificios, para colocar un gran reloj.
Los acabados interiores fueron encargados expresamente a artesanos locales. La carpintería salió de los talleres de Jaime García Gamero y Eugenio Cardeña Martín. El notable maestro-forjador Julio Pascual hizo verjas, lámparas, faroles y numerosos herrajes decorativos. Ángel Pedraza Moris se ocupó de la yesería artística y la MZA se interesó por la cerámica de Sebastián Aguado y las decoraciones de Vidal Arroyo.
La brillante estación –con una inversión cercana a los tres millones de pesetas-, se abrió a los viajeros el jueves 24 de abril de 1919, aunque sin la presencia de Alfonso XIII, según se había rumoreado. Aquel día, quienes llegaron en un tren especial para visitar Toledo fueron centenares de participantes en el I Congreso de Medicina que se celebraba en Madrid, entre los que venía la eminente científica Marie Curie. Por la tarde, tras un gran banquete ofrecido a los excursionistas en la Academia de Infantería y antes de su regreso, se dio por inaugurada la terminal, siendo felicitado efusivamente el arquitecto. En abril de 1921 el Ayuntamiento, como signo de gratitud, entregaría tres artísticos pergaminos a Narciso Clavería, al director de la Compañía y Edouard Hourdillé.
En abril de 2019 el personal perfil de la Estación ha cumplido un siglo de vida, siendo ya una emblemática pieza de la relación de edificios históricos pertenecientes a ADIF y, por supuesto, del patrimonio monumental de Toledo.
Rafael del CERRO MALAGÓN