Al terminar la sesión municipal celebrada por el Ayuntamiento de Toledo el 9 de octubre de 1899, Teodoro San Román Maldonado, primer teniente de alcalde en funciones de alcalde accidental, indicó a los restantes miembros de la corporación que debían reunirse a continuación en sesión secreta para un asunto importante. Y así se acordó por unanimidad. ¿Cuál era ese asunto que debía tratarse sin público y del que no se recogió acta?
La prensa de la época y en concreto el Semanario Republicano La Idea, en su número de 14 de octubre de 1899, dio cuenta a los vecinos de lo ocurrido. Uno de los concejales presentes en esa reunión filtró lo que había pasado en ella.
Todo vino motivado porque Teodoro San Román quiso comprobar las quejas que recibía de La Electricista Toledana de que muchos días desaparecían los faroles y bombillas colocados en la calle de la Prensa. Con la compañía de un sereno recorrió esa zona en la noche del día 8 y al llegar frente a una “casa non sancta” ubicada en esa calle encontró a un cabo y a dos agentes de la policía “en dulce coloquio con las pupilas”. Esos agentes de orden dependían de las autoridades provinciales, en concreto del Gobernador Civil. No eran, pues, policías municipales. Y “pupilas” es el nombre latino con el que se denominaban también a las prostitutas. La desaparición de los elementos del alumbrado público, inaugurado pocos años antes, se justificaba así por el deseo que tenían los clientes de no ser reconocidos. Y los policías, ¿qué hacían allí?
El alcalde de Toledo les recriminó su comportamiento pero los policías le manifestaron que “nada tenían que ver con el señor alcalde”. El incidente continuó por la calle y el cabo se enfrentó de nuevo a la autoridad local. El bueno de D. Teodoro estuvo en un tris de mandar al sereno que le acompañaba que tocara “el pito” para que vinieran a socorrerle sus compañeros pero decidió no hacerlo para evitar que el altercado fuera mayor.
Conocidos los hechos por los concejales en esa sesión “secreta”, mostraron distintos pareceres. Pero al final decidieron nombrar una comisión que fuera a visitar al Gobernador Civil para presentarle una protesta enérgica, aunque este ya conocía la situación a través del propio San Román. Le plantearían la gravedad de lo ocurrido al entender que “se trata de un desacato a la primera Autoridad local por un dependiente de la provincial” y que no bastaba con que les suspendiera de sueldo durante quinces días, tal y como ya había decidido.
El Ayuntamiento acordó escribir al Ministro de la Gobernación para solicitarle que los agentes fueran destituidos y expulsados del Cuerpo de Vigilancia.
Nada sabemos de las consecuencias de los sucesos descritos. En la calle de la Prensa siguió existiendo ese prostíbulo durante bastantes años. Teodoro San Román continúo desempeñando funciones gubernativas en el Ayuntamiento en sucesivas legislaturas. ¿Y a los policías qué les ocurrió?