El fuego, en su faceta de elemento descontrolado, es una de las mayores fuerzas destructivas que se conocen. Ya sea originado naturalmente, o provocado por la acción del hombre, voluntaria o negligentemente, el fuego, ha estado presente a lo largo de toda la historia del ser humano. El fuego encuentra su mejor caldo de cultivo en las construcciones humanas que, creadas para facilitar nuestra vida y proporcionarnos comodidad, se convierten en inmejorable combustible para el desarrollo y progreso incontrolado de los incendios.
Antiguamente, los materiales constructivos eran altamente combustibles. Esa circunstancia, unida a la falta total de organización urbanística, y de medios para la prevención y protección contra incendios, provocó que el incendio fuera altamente frecuente, con resultados, a veces, muy graves, en términos de la amplitud de las áreas destruidas, y de la pérdida de vidas humanas. En la actualidad se han desarrollado normas que intentan prevenir los incendios y, en caso de que estos ocurran, evitar que puedan progresar libremente, con lo que el daño se ha reducido notablemente. No obstante, nuestra sociedad tecnológica, ha creado nuevos riesgos que no existían antes, con lo que en la actualidad, a pesar de todos los esfuerzos siguen produciéndose incendios.
- Incendio del Palacio Arzobispal de Toledo, 1939
