Son solo las 7 de la mañana pero el calor ya es insoportable. El sudor cae por las cabezas de alrededor de 3.000 nuevos refugiados rohingya que emprenden el peligroso viaje al otro lado de la frontera desde Myanmar hacia Bangladesh. Ahora están atrapados “en tierra de nadie”, entre arrozales, cruzando los dedos para que los guardias fronterizos bangladesíes les permitan entrar al país.
En ese ‘mejor de los casos’, los niños rohingya presentes entre esas 3.000 personas, se sumarían a los cientos de miles ya refugiados en los campamentos de Bangladesh, sobre los que se cierne una estremecedora amenaza: las fuertes lluvias que se prevé llegarán por la temporada de tifones. Lluvias que inundarían los campos, ya frágiles e insalubres de por sí, y a su vez aumentarían el riesgo de contraer enfermedades transmitidas por el agua y obligarían al cierre de clínicas, centros de aprendizaje y otras instalaciones para niños.
Hay murmullos entre el personal de la Guardia fronteriza. Se necesita un médico: una mujer está a punto de dar a luz. Zahid es médico de UNICEF en la zona, pero a excepción de la caja de primeros auxilios en su automóvil, no cuenta con ningún equipo médico, ni siquiera un clip para el cordón umbilical. El corazón de Zahid late con fuerza mientras se acerca.
Al llegar a la zona ve a la madre de parto: su dolor, su situación de necesidad… y todo su nerviosismo se esfuma. Confiado, se inclina, sabe exactamente qué hacer. Nada le detiene y llega al mundo una hermosa niña. Zahid echa un vistazo a su alrededor: los niños tosen y lloran, los adultos enfermos yacen débilmente en el suelo, sus rostros llenos de cansancio… Comienza a caminar arriba y abajo por el fango, atendiendo a uno tras otro.
Niños rohingya: 185.000 aún en Myanmar
Seis meses después del último gran éxodo de refugiados rohingya hacia Bangladesh, unos 185.000 niños permanecen en el estado de Rakhine, en ‘el limbo’ de Myanmar, con miedo a la violencia y el horror que ha llevado a muchos de sus familiares y vecinos a huir.
Mientras atiende a todos los enfermos que puede, Zahid va gritando una lista de medicinas esenciales, que otro de nuestros cooperantes transmite por teléfono a otro compañero en un mercado cercano. Incansable, con todo el calor, sigue y sigue durante horas, hasta que el sol se pone, sin parar a comer o beber.
Hoy es un grupo de 3.000 pero mañana podrán ser 10.000, 20.000, 30.000… Cuando identifica a algún niño que está tan mal que incluso teme por su vida, negocia con los guardias fronterizos hasta que logra obtener permiso para llevarlo a un hospital adecuado donde reciba un tratamiento inmediato que le salve la vida.
720.000 es aproximadamente la población de Valencia o Sevilla. Imagina toda esa multitud de gente aterrorizada por la violencia continuada a la que se ven expuestos, privados de sus derechos fundamentales y ahora con la amenaza de tifones y el monzón en el horizonte más próximo.
El futuro próximo de los niños rohingya es oscuro, pero hay esperanza: la generosidad de los bangladesíes que comparten todo, su interminable resiliencia, y trabajadores humanitarios como el doctor Zahid, que están ahí para que todas las madres que se ponen de parto en los momentos y lugares más incómodos, den a luz con vida a las niñas más hermosas.
Andreas Wuestenberg
UNICEF Asia Este y Pacífico
Fuente: https://www.unicef.es