Titulo así porque considero que los sucesivos procesos para conformar planes directores de la Cooperación Española han suscitado un interés menguante a medida que pasaban las ediciones, se restringían los recursos hasta la raspa y se comprobaba la dudosa utilidad del instrumento. Por más que la ley lo exija, que las leyes se pueden cambiar.
Está bien, hace falta un plan. Al menos como orientación de una política. Y es de agradecer al equipo redactor su esfuerzo en la preparación. Comparto aquí cuatro opiniones a partir del borrador. Sobre la forma, los puntos clave de contenido, los recursos necesarios y la imprescindible voluntad política.
- Los planes estratégicos quinquenales están demodé en organizaciones y empresas. Al menos como los conocimos hace 20 años, cuando se aprobó la Ley de Cooperación. Acercándonos al temido momento de preparar uno nuevo en Oxfam, hago público mi compromiso de intentar hacer algo diferente y más útil. Es lo mismo que esperaría de este nuevo plan director. Que marque visión e intención estratégica más que un plan, un cómo queremos ser certero, más que todo lo que vamos a hacer. Que dé sentido de dirección y una manera de adaptar el mismo en este mundo volátil. Que aporte suficiente seguridad política sobre los recursos a emplear, así sean flexibles en su adscripción. Y que tenga algunos indicadores para valorar su cumplimiento y también la necesidad de cambiar basándose en evidencias y no al albur político. El texto actual se queda aún en formas tradicionales.
- El plan es correcto en su alineamiento con las agendas internacionalesque competen a la cooperación. Especialmente con la mayor, la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, donde se enmarca de forma impecable. Y con otras más concretas como el Acuerdo de París sobre Cambio Climáticoo la Agenda de Acción de Adís Abeba. Resulta estimulante la voluntad de mantener el apoyo a reformas fiscales y a la lucha contra la evasión y los paraísos. Ojalá los ministerios competentes se den por aludidos y logremos una actuación coherente en justicia fiscal internacional.
Considero positivo que haya líneas propias en acción humanitaria y educación para el desarrollo, que el enfoque de resiliencia esté presente, así sea de forma limitada, y que se abra la puerta a nuevos instrumentos o a revisar los existentes, dotándolos de mayor ambición geográfica y temporal.
- Un ámbito que corregir es el tratamiento de las migraciones. Que es hoy vara de medir la orientación de la ayuda. Además de citarlo en el contexto, se debería recoger entre los retos el terrible hito de 65 millones de personas desplazadas forzosamente. Muchas por conflictos alimentados por armas, cuyo control se obvia en el plan.
El abordaje del fenómeno migratorio se ciñe a lo económico, sin incluir lo social y cultural. Y se empeña en ubicar la ayuda como freno a las migraciones. Cuando estas, en su sentido más amplio y no forzoso, son inherentes al ser humano que busca una vida digna. Luchamos contra la pobreza y la desigualdad por justicia, no para impedir que las personas migren. Más peligrosa aun es la referencia al control de las fronteras como parte de la gestión de las migraciones, lo que abre la puerta al uso de la ayuda para reforzar su externalización con aliados cuando menos dudosos.
De un Plan de Cooperación se espera otra cosa. Una apuesta por vías legales y seguras, y una mirada positiva y diferente de la gestión de las migraciones, centrada en la defensa de los derechos humanos de quienes migran. Seguiremos exigiendo el abandono de la externalización de fronteras como elemento nuclear de los acuerdos con terceros países.
- Otro asunto que corregir es el de la cooperación con países de renta media y su sociedad civil. El plan mantiene peso en estos países. Sin embargo, ciñe la cooperación a la técnica y de conocimiento, y al fomento de la inversión mediante facilidades de financiación. Está bien hacer esto, o no, según cómo se actúe en cuanto al rol empresarial. Lo que sorprende es el olvido del apoyo a la sociedad civil de estos países, directamente o a través de ONG españolas.
Asistimos a un tiempo duro de ataque a la sociedad civil en todo el mundo, incluyendo los países de América Latina. El número de defensoras de derechos humanos amenazadas y asesinadas no ha hecho más que crecer. El espacio genuino para la participación se reduce, al tiempo que se persigue la crítica, sobre todo si viene de organizaciones de mujeres, sobre todo si cuestiona el modelo extractivista. La desigualdad crece y con ella la losa para acallar voces sociales vigilantes. La Cooperación Española es de las pocas que aun dedica recursos a apoyar a la sociedad civil en países de renta media. En lugar de obviarlas, es imprescindible que el plan afirme la opción por apoyar a sus organizaciones.
Vayamos a los recursos, el punto más crítico y criticable del plan. La Cooperación Española cuenta, salvo excepciones, con equipos capaces, comprometidos y con experiencia. Sería esperable encontrar en el plan un análisis de capacidades y de desarrollo de las mismas. De las personas y también institucional, apuntando a la pospuesta reforma de la Aecid.
“Resulta inaceptable tener un plan sin presupuesto. La referencia genérica al incremento de fondos, sujeto a objetivos de estabilidad presupuestaria, es tan vacua como temible”
Lo que resulta inaceptable es tener un plan sin presupuesto. La referencia genérica al incremento de fondos, sujeto a objetivos de estabilidad presupuestaria, es tan vacua como temible. Llevamos ocho años sometidos a estos objetivos que se aplican con saña a la cooperación. Es alucinante ver el contraste con los incrementos en defensa.
El Congreso ha respaldado varias veces el objetivo de destinar el 0,4% del Producto Interior Bruto a Cooperación en el 2020, con un esfuerzo especial en Acción Humanitaria. El plan quedará en papel inútil si no recoge un presupuesto con objetivos anuales y una mínima asignación.
Y es que, si de algo debería servir el proceso del plan, es para reforzar la voluntad e interés del Gobierno por la política de cooperación. He dicho del Gobierno, no solo de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica y el Caribe (Secipic). Ya sé que es Gobierno, que tiene responsabilidad y que impulsa todo lo que puede. Pero es que llevamos años de ignorancia y displicencia irresponsable en las alturas gubernamentales. Un 70% de recorte, débil discurso, cero interés. Lo doméstico puede y la conexión con lo que ocurre fuera mengua, cuando la dependencia es máxima y cuando la responsabilidad internacional es más exigible que nunca. La Agenda 2030 lo enseña y bien. Lo peor es que al mirar afuera, desde el poder, solo se mira con ojos comerciales, de defensa y de control migratorio.
Hace poco conversé con una amiga de mi hijo. 27 años, dos carreras, tres idiomas. Se salió de la consultoría para irse de voluntaria cooperante a Palestina. Le brillaban los ojos. Hay muchos jóvenes así, con los sin techo aquí o fuera. Con causa.
El día de Nochebuena, como cada año reciente, el presidente felicitaba en TVE a los militares en el exterior. Solo. Ni a misioneros, ni a cooperantes, a nadie más. Mi respeto hacia los militares en el exterior, no es lugar para analizar su labor. Dicho esto, presidente, ¿puede dar una señal a estos jóvenes, así sea minúscula, de que la solidaridad internacional le interesa algo?
Este proceso es un excelente momento para hacerlo. Le daría gran utilidad al Plan Director de la Cooperación Española.
Por José María Vera es director general de Oxfam Intermón.
Fuente: https://elpais.com