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Ida Vitale nació en 1923, en Montevideo, puerto de Lautréamont, Supervielle y Laforgue, donde estudió Humanidades y fue docente de literatura hasta los años setenta. Muy precozmente vaticinaron su destino un poema de Gabriela Mistral, la fascinación legada por el mundo natural y la guía de José Bergamín – que escribió sobre ella en 1947: “das fuego a la sombra, en la ceniza llama, /asombras si iluminas, verde rama” -. Las adversidades políticas la forzaron, como a tantos otros intelectuales, al exilio: residió en México de 1974 a 1984 con su marido, el poeta y profesor Enrique Fierro, y con él volvió unos años a Uruguay, aunque desde finales de los ochenta se estableció en Austin, Texas.
Juan Ramón Jiménez, otra influencia decisiva en su obra, afirmó al recibir su segundo poemario, Palabra dada, que había llenado su nombre de misterio y encanto, y la incluyó, por su “penetración naturalísima”, en una proyectada antología “escondida” de poetas jóvenes.
(fuente: la propia publicación)