La tarde del 26 de abril de 1931 fue muy emotiva para los republicanos toledanos. Una nutrida representación de ellos se trasladó al Cementerio Municipal donde depositaron unos ramos de flores en las tumbas de algunos correligionarios históricos que años atrás habían defendido las ideas antimonárquicas en la capital y que fallecieron sin ver el advenimiento de la II República. Las ofrendas iban ornadas con cintas tricolores. Apenas habían transcurrido dos semanas desde la celebración de las elecciones municipales que propiciaron la salida de España de Alfonso XIII. Entre los toledanos homenajeados destacaba el doctor Tomás Gómez de Nicolás, quien en los primeros años del siglo XX fue uno de los grandes referentes del republicanismo toledano. Compaginó su profesión médica con el ejercicio el periodismo y la actividad política en el Ayuntamiento.
Tras la muerte de Pi y Margall la bandera del republicanismo español fue enarbolada por Nicolás Salmerón y Alejandro Lerroux, quienes en 1903 fundaron la Unión Republicana, formación en la que se aglutinaron la práctica totalidad de las formaciones que reclamaban la proclamación de la República y la convocatoria de Cortes Constituyentes. En Toledo hacía años que esta alianza estaba consolidada. Se articulaba en torno al Casino Republicano, inaugurado en 1899 en la calle Sixto Ramón Parro número 27, y al semanario La Idea, que dirigía el doctor Gómez de Nicolás y que en sus siete años de existencia se convirtió en una de las grandes referencias periodísticas de los primeros años del siglo XX.
Tomás Gómez de Nicolás consiguió el titulo de Bachillerato en el Instituto Provincial y Técnico de Toledo, siéndole concedido libre de gastos, sufragando los mismos la Diputación Provincial en reconocimiento a su extraordinario expediente, que recogía nota de sobresaliente en todas las asignaturas así como numerosos premios honoríficos. Fue alumno interno supernumerario del Hospital de la Princesa de Madrid, logrando la única nota de sobresaliente otorgada por aquella Facultad de Medicina en 1885 en los ejercicios del grado de Licenciado. Por sus buenos servicios profesionales fue reconocido con la Cruz y Placa de la Cruz Roja, siendo miembro activo de esta altruista asociación. Médico de la Beneficencia Municipal de Toledo, también prestó servicios profesionales al Cabildo Primado, al personal civil de la Fábrica de Armas y a las sociedades obreras “La Humanitaria”, “La Protectora” y “El Compañerismo”. Durante la epidemia colérica de 1890 fue inspector de los lazaretos del Ferrocarril y del Puente de Alcántara. Participó, junto al doctor Tomás Moreno, en el embalsamamiento del cardenal Monescillo fallecido en agosto de 1897 en Toledo.
Su actividad política se inició siendo muy joven. Era miembro de la Asociación Escolar Republicana y presidió el Comité Federal Toledano. Como concejal del ayuntamiento de la capital, donde llegó a ser quinto teniente de alcalde, planteó iniciativas como la creación de la Fiesta del Árbol, que años después, recogida por Luis de Hoyos y Victoriano Medina, derivó en la creación de un jardín, campo de juegos, espacio de demostraciones agrícolas y vivero municipal en la Vega Baja, hoy conocido como Parque Escolar. También fue uno de los máximos defensores de la reivindicación para que la ciudad albergase las dependencias del Colegio General Militar. Ese compromiso con Toledo le llevó a iniciar en 1902, junto a otros destacados periodistas locales, un concurso de premios a la honradez ciudadana, con motivo de las ferias de agosto. Fue socio fundador de la cocina económica de la capital.
En el grupo republicano de Toledo se congregaban personas de gran cultura, que bien podrían ser consideradas la intelectualidad de la capital. Destacaban entre ellos el popular fotógrafo Casiano Alguacil; los catedráticos del Instituto Julián Besteiro y Luis de Hoyos; Enrique Solás, comandante de Infantería retirado y presidente de la Sociedad Filarmónica Toledana; Francisco Palacios, jefe del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios; el abogado Francisco Sánchez Bejerano; el industrial Antonio Garijo, el pintor José Vera o el propietario agrícola Perfecto Díaz.
Buen número de ellos tuvo responsabilidades como concejales del ayuntamiento, llevando hasta el mismo propuestas como la organización de colonias veraniegas para hijos de obreros o el establecimiento de cantinas escolares y cooperativas de consumo, apostando por la educación de los trabajadores, el laicismo y el rechazo a determinados hábitos sociales como las corridas de toros. En cierta ocasión Gómez de Nicolás dijo que mientras los ayuntamientos monárquicos eran “sumisos”, los republicanos se caracterizaban por ofrecer “mayor actividad para todos los ciudadanos”. Entre sus iniciativas destacó su propuesta para que se aplicase a los trabajadores municipales la jornada laboral de ocho horas.
Durante el primer tercio del siglo XIX, el socialista utópico Robert Owen fue el primero en formular como objetivo de las clases trabajadoras la consecución de una jornada laboral de ocho horas, dividiendo el día en tres periodos similares y orientando los otros dos a “vivir” y a “descansar”. La reivindicación fue recogida años después por la Asociación Internacional de Trabajadores, convirtiéndose en una de los ejes fundamentales en el nacimiento y desarrollo del movimiento obrero. En la búsqueda de tal objetivo, millones de asalariados se movilizaron durante décadas por todo el mundo intentando conseguir tal conquista, convertida en eje central de las grandes manifestaciones del Primero de Mayo a finales del siglo XIX y principios del XX.
En noviembre de 1899 la Agrupación Socialista de Toledo, fundada ocho años antes, presentó en el ayuntamiento de Toledo una petición para que la jornada laboral de ocho horas fuese aplicada a los empleados en obras municipales. Tras ser debatida en diferentes comisiones, la petición fue desestimada al ser considerada como una quimera.
Tres años después, la reivindicación regresaría al debate local de manos del doctor Gómez de Nicolás. Lo hizo mediante una moción en la que se proponía la creación de un cuerpo de obreros municipales competentes, cuya jornada máxima fuese de “ocho horas escrupulosamente cumplidas y sin tolerancias” y con un jornal diario de dos pesetas. La propuesta fue presentada en la sesión plenaria del 28 de mayo de 1902, recibiendo encendidos elogios del presidente de la Corporación, Venancio Ruano, y siendo remitida a estudio de la comisión correspondiente.
No tuvo mucho más éxito que la iniciativa anterior socialista y Gómez de Nicolás, como cuantos defendían tal reivindicación, hubieron de esperar hasta abril de 1912, en que el ayuntamiento toledano, a propuesta de los concejales Emilio Bueno y Ricardo Pintado, aprobó aplicar esta jornada a los trabajadores de las obras municipales, debatiéndose en aquel momento que, incluso, se extendiese a las diferentes contratas formalizadas por la entidad local.
Esta gran reivindicación obrera tuvo su reconocimiento el día 4 de abril de 1919 cuando en la Gaceta de Madrid se publicó un real decreto, dictaminando que a partir del uno de octubre del mismo año, la jornada máxima legal sería de ocho horas en todos los trabajos. España fue el primer país europeo en fijar por ley esa mejora. Hacía quince años que ya se había aprobado, en 1904, la ley del descanso municipal y en determinados sectores, como los ministerios gubernamentales, la jornada laboral de ocho horas estaba aplicándose de forma gradual.
La aprobación de este real decreto fue una conquista derivada de un prolongado conflicto laboral mantenido en Barcelona tras el despido de un centenar de trabajadores en la empresa eléctrica “La Canadiense”, encabezado por militantes y simpatizantes de la CNT.
Pese a la aprobación formal de la jornada de ocho horas, su aplicación práctica no estuvo exenta de numerosos contratiempos e incumplimientos, circunstancias que continuaron provocando movilizaciones y manifestaciones obreras durante años sucesivos. “Pronto veremos -se decía por esos días en las páginas de El Eco Toledano- si es cierto que el obrero que trabaja ocho horas, más fuerte, más sano física y moralmente, produce más y mejor que el obrero cansado, falto de energía que trabajaba diez o más horas. Pero el punto de vista de los obreros no es ese. Lo que buscan las ocho horas es que desaparezca, o cuando menos disminuya en grandes proporciones, la competencia que a los trabajadores hacen los obreros sin trabajo, que contribuyen con su demanda a que no suban y a veces a que bajen los salarios”.
Con carácter previo a la entrada en vigor de la jornada de ocho horas, se estableció que las empresas y profesiones que se considerasen perjudicadas por la misma podían solicitar excepción en su aplicación ante las juntas locales de Reformas Sociales, exponiendo las razones que tuvieran. A ese efecto, el entonces alcalde de Toledo, Justo Villarreal, hizo público un llamamiento a todos los interesados para formular las reclamaciones que estimasen oportunas.
Como periodista, Gómez de Nicolás no sólo fundó y dirigió La Idea, sino que colaboró en otras muchas publicaciones madrileñas como Diario Republicano, El Pueblo o La Gaceta de Médicos Titulares, así como otras cabeceras de toda España. En mayo de 1904, en una semblanza biográfica suya publicada en La Voz de la Juventud se le definía como “amigo de sus amigos, ya vistan de levita, ya de blusa, pues lo mismo atiende a unos que a otros”, calificándole como “sabio médico, ilustrado periodista, literato insigne, buen toledano y padre cariñoso”. Se mantuvo al frente de La Idea hasta abril de 1905, fecha en que cedió la dirección a Magdaleno de Castro. Un año después el semanario ponía punto final a su edición al marcharse De Castro a Madrid.
A la edad 47 años, Gómez de Nicolás falleció en Toledo el 19 de abril de 1907. Desde las páginas del Heraldo Toledano se decía que en vida aunó “una brillante reputación científica y un prestigio público, de tanta fuerza, que se instituyó como verdadero ídolo popular del partido republicano de esta provincia”, añadiéndose que luchó, batalló y consagró toda su vida al bien. Sirva como ejemplo que en noviembre de 1903, al ser reelegido como concejal del Ayuntamiento, sus correligionarios le pasearon a hombros hasta el Paseo de la Vega.
El manuscrito original de esta moción de Tomás Gómez de Nicolás ha sido donado al Archivo Municipal en el otoño de 2017, junto a otra documentación personal de este activo protagonista de la historia toledana, por el escritor y periodista Isabelo Herreros. Su restauración ha sido realizada con posterioridad por Carmen Jiménez Limones.
Enrique Sánchez Lubián
Jefe del Gabinete de Prensa del Ayto. de Toledo