En Guatemala, los centros educativos ejercen un papel que va más allá de la instrucción académica, guareciendo a los alumnos de los abusos y aportando herramientas para el empoderamiento de las comunidades
Según el Ministerio Fiscal guatemalteco, cada día 16 menores denuncian que han sido violadas. Más de 30 diarias, contando a las mujeres mayores de edad. La Fiscalía reconoce que por cada denuncia hay siete casos desconocidos. Según las estadísticas, cerca del 80% de los perpetradores de la violencia sexual en menores son familiares cercanos.
Es el crudo retrato de la realidad de multitud de países, donde el maltrato infantil en sus múltiples formas está a la orden del día y esconde un sistema de abusos y silencios. Una realidad que se agrava en las zonas más pobres. Sin embargo, existen para los niños unos pequeños oasis en algunas regiones del país: las escuelas.
Las escuelas sirven de refugio para las niñas que sufren agresiones sexuales o son maltratadas en sus hogares, pero también para cualquier menor sin recursos, en situación de vulnerabilidad. Así lo señala Liliana Pazos, directora de la escuela de Fe y Alegría Olopa, en Chiquimula, Guatemala.
Las asociaciones Entreculturas y Fe y Alegría, que gestionan algunos centros educativos, atienden a cerca de 430.000 personas en América Latina con el Convenio de calidad educativa, c on el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) en 17 países, según los datos de la entidad.
A través de estos programas, dice la coordinadora, “se empodera a las comunidades”. Los proyectos se centran en mejorar las condiciones de acceso a la educación de los jóvenes sin recursos, pero también en intentar que permanezcan en el sistema educativo y, posteriormente, que puedan cursar la secundaria. Para implicar a toda la comunidad en el modelo, las escuelas tienen una forma de gestión dividida entre la gobernanza de padres, la gobernanza de alumnos y el consejo escolar. “Entre los alumnos, se eligen igual que en las elecciones nacionales. Votan, invitamos a alcaldes… Así ellos dinamizan y velan por la escuela, ven que tienen incidencia”, explica Pazos.
También han desarrollado programas de permanencia y finalización de personas jóvenes y adultas procedentes de contextos altamente vulnerables; y a mejorar la calidad educativa a través de procesos formativos y de gestión escolar.
El modelo de estas escuelas no entiende la educación sin la implicación de los padres, con los que se trabaja directamente. “Tocamos temas generales de la vida: cómo administrar el presupuesto familiar, cómo acompañar a sus hijos en su desarrollo y en los temas de salud… se trata de que ellos entiendan que la educación se preocupa por ellos”, comenta Liliana.
Los programas educativos incluyen lecturas en común con música clásica y charlas de invitados que, generalmente, están vinculados a la comunidad. Hay exposiciones de arte y dibujo, clases sobre medio ambiente… Aunque lo importante, señala, es la participación de los alumnos en las actividades y el desarrollo de los trabajos en equipo.
Igualmente, se ha trabajado en mejorar la formación técnica para crear condiciones de inclusión laboral en sectores vulnerables, trabajando con jóvenes con dificultades de continuidad educativa y personas adultas; y en promover la participación de las comunidades educativas en las políticas públicas y defender el derecho a la educación en América Latina. “El gran desafío es darles la oportunidad de continuar”, concluye.
Fuente: http://www.eldiario.es